Lo que ves o lo que tu cerebro quiere ver

Hace poco me llamaba mi amigo Pablo para comentarme que en su empresa estaban haciendo recortes y que había cierto número de personas que corrían peligro, en concreto unas 24. Obviamente nuestra conversación estuvo dirigida a “cuantificar” cuánto de importante era su puesto y si había otros que serían más prescindibles, como es lógico también comentamos qué opciones había de conseguir otro puesto o incluso la posibilidad de tomarse un tiempo para “reinventarse”. 

Una semana más tarde me llamó súper animado para compartir conmigo que había tenido una reunión de “tú a tú” con su jefe y que pensaba que era prácticamente imposible que él fuera de los “sacrificados” porque por lo que le había notado, el tipo de conversación y su forma de hablar, su jefe, claramente contaba con él a futuro.

Diez días más tarde, se repite la llamada, esta vez sorprendido: él era uno de los veinticuatro despedidos. 

¿Cómo puede ser esto? Él había recibido señales inequívocas por parte de su jefe de que su puesto era imprescindible, la empresa tenía futuro y su nombre estaba en ese futuro, tan sólo diez días antes. ¿Le había jugado su jefe una mala pasada? ¿le había mentido?

María salió de una reunión absolutamente convencida de que había vendido su despacho como despacho de cabecera para esa empresa de 1500 trabajadores. Llamó por teléfono a su compañera y le dijo: “éstos nos llaman esta semana para firmar por dos años, estaban encantados y la tarifa mensual les ha parecido redonda con respecto a los servicios que les ofrecemos, si insisto un poco firmamos ahí mismo”.  Su compañera le respondió que era mejor ser prudentes y ella concluyó: “si llegas a estar ahí conmigo, lo hubieras visto con tus propios ojos”.  Esa llamada nunca se produjo y con el paso de los meses se enteró que habían firmado con otro despacho.

Y por último Manuel, veía en cada mensaje que le mandaba la chica en la que estaba interesado, señales clarísimas de que ella también estaba interesada en él. Cuando compartía sus sentimientos con su amiga Bea, le comentaba: “este mensaje es obvio Bea, ella está interesada”, su amiga Bea no quería ser aguafiestas pero ella no veía tan claro que estos mensajes denotaran interés, ella simplemente veía a una chica educada y cordial respondiendo mensajes. Bea no veía la diferencia entre poner “besos” o “un beso” al final de un mensaje. No le parecía determinante.

¿Qué ocurre en estas situaciones? ¿está ciega la persona que detecta las señales en el otro? ¿tiene criterios de percepción distintos o distorsionados? La respuesta es NO. 

Lo que está ocurriendo es que el cerebro está percibiendo aquello que la persona desea con fuerza, se llama “Percepción del valor del estímulo”. 

Cuando el estímulo es muy valorado por nosotros y en este caso lo es: mi empleo, un nuevo cliente o el amor, está en juego, el cerebro ve lo que desea que se produzca: ser imprescindible para mi jefe, que me contraten como despacho o el amor de mis sueños, de forma que señales que para otros no tendrían importancia porque no desean aquello que está en juego, para nuestro cerebro son clarísimas muestras de afecto. 

¿Nos parece peligroso? Peligroso no sabemos si es la palabra porque nuestra vida no está en juego pero sí quizá doloroso, al menos por unos días. También deberíamos entonces aprender a manejar la frustración que es la desviación entre lo que quiero y lo que finalmente se produce, que además recordamos que en mi percepción, yo había dado “por hecho”. Duele el doble quizá. Mis expectativas eran irreales. 

¿No será mejor, en vez de estar constantemente lidiando con la frustración, manejar la “percepción del valor del estímulo”? probablemente sí. 

¿Y esto cómo se hace? No hay una fórmula porque nuestro cerebro lo hace solito pero la simple toma de conciencia de la existencia de este efecto, provoca que uno se pueda decir a sí mismo: “ojo, que puedo estar viendo lo que no existe por mis ganas de que ocurra” y esto ya crea un efecto, vamos a llamarlo, “antifrustrante”. 

Seguro que ahora leyendo estas líneas, has pensado que te ha ocurrido alguna vez ¿o no?

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